10 julio 2007

La noche y la tortuga

Hoy me he preguntado dónde guardaré este recuerdo. Es un recuerdo sentado entre junio y julio. Me he preguntado qué nombre le pondré. Para guardar ciertos recuerdos hay que sentarse sin prisas. Hay que doblarlos, envolverlos en un papel muy fino y acomodarlos en su caja de latón de la memoria. Creo que éste será un recuerdo bello. Sé que será agradable abrir su caja y quedarme mirándolo para entonces, dentro de muchos años. He decidido que voy a elegir ciertos fragmentos de este pedazo de tiempo y los voy a separar, para que sea más fácil recordarlo, como quien separa un mechón de pelo, unas monedas del país que visitó o la llave de un hotel donde vivió días felices.

Recuerdo aquella noche en primer lugar. No era una noche perfecta, en las noches perfectas de junio siempre he estado solo. Caminábamos por la orilla y nos mirábamos a través de ese cristal que se interpone cuando apenas conoces la voz y la vida de la otra persona. Avanzábamos por la costura de la playa y el mar y tropezábamos con objetos. Vimos los zapatitos de una niña, de quizá un par de años, alineados, mirando hacia el mar, esperando la vuelta de esos pies menudos y su correteo. Seguimos avanzando y de pronto percibimos a lo lejos un bulto redondo, como un inmenso sombrero. No dejamos de mirarlo hasta que lo alcanzamos, los dos a menos de un metro y descubriendo que aquél no era un objeto abandonado, sino el cadáver de una tortuga, el cadáver blanco y desolado de una tortuga.

Ninguno de los dos habíamos visto una tortuga en esa playa. Parecía apoyar todo su cuerpo vencido por la concha, con las extremidades extendidas. Ella notó que curiosamente no despedía olor alguno. Parecía abandonarse a la luz plateada de la noche, con ese aire de grandeza de ser inexistente. Si no fuera porque ya había perdido sus ojos y la piel en las manos, si no fuera porque la concha perdía su primera capa, habríamos querido ver que la tortuga se levantaba lo mínimo sobre su panza y regresaba al mar.

Quizá sea ése el nombre de mi recuerdo para ella. La noche y la tortuga. Ella fue la casi perfecta noche de junio y yo la tortuga muerta, vencida por el mar, disfrutando su última noche de luna, esperando quieta el último momento hasta la aurora.

4 comentarios:

Unknown dijo...

Hola Paco,
Soy Verónica,una antigua de tus alumnas de natación, de eso, hace mucho tiempo ya. Me he encontrado tu blog a raíz del blog de salvamente de Elu y he estado leyendo alguno de tus textos. La verdad es que, como en su día me gusto la obra de teatro que escribiste (no recuerdo el título, algo de Marta era...) me han gustado mucho tus textos.
Un saludo desde Valencia!

Unknown dijo...

Hola, Verónica. Gracias por tu comentario. Espero que todo te vaya bien por Valencia y que nos podamos encontrar pronto. Un abrazo, Paco

El Toro de Barro editorial dijo...

Temo los recuerdos, que casi siempre me traen las muchas cosas que dejé pasar tan sólo por el miedo. Muchos de los que vas poniendo encima de la mesa pudieran ser los míos. Tus páginas me duelen, pero mediando la buena literatura -tú tienes ese don- el dolor es más chico, también más habitable...

Unknown dijo...

Estimado Toro de Barro: gracias por el interés que muestras por estos post donde has comentado y por tu valoración. Es curioso como los recuerdos, en órbitas distintas, a veces coinciden. Un saludo, Paco