01 diciembre 2006

Aún nos quedan motivos

No éramos precisamente niños de un barrio rico. Poco más allá de nuestras casas, convivían ovejas y yonkis. La carretera terminaba en el edificio del instituto. No había nada más.

Realmente, en aquella época no teníamos muchos motivos para reír. En Jácara aprendí algunas cosas. Lo que menos, teatro. Aprendí la risa, aprendí qué era la amistad. Y aprendí que, por mucho que lo estuvieras pasando mal, siempre había alguien que lo estaba pasando peor, bastante peor.

Juan Luis era el quinto de seis y su madre nunca supo de dónde había sacado esa guitarra que le arrancaba de las manos cuando se quedaba dormido. La madre de Rafa cosía zapatitos de bebé en la esquina del salón. Su padre no quiso pasar a sumergido y le despidieron de la fábrica. El padre de Manolo llegaba hasta las encías de yeso de la obra, el padre de Mila o de Inma venía con las manos negras del taller. Bruno oía cómo sus padres mantenían en pie el bar cada día a las cinco de la mañana. La familia de Eva vivió en una camioneta seis meses cuando llegó de Ceuta porque no encontraban piso. El día en que la madre de Mario dio a luz a su cuarta hija, los médicos le dijeron que no podían hacer nada por salvar a su marido del cáncer. El padre de Cristina dejó a sus mujer y a sus tres hijas por lo mismo después de 20 años trabajando en Casablanca. En algunas casas, la tragedia se había sentado al menos una vez a la mesa y se había marchado enfurecida porque apenas había algo para ella.

El sábado 2 de diciembre, 25 años después, volveremos a subirnos a un escenario algunos de los de entonces. 25 años haciendo teatro es para celebarlo, pero no creo que sea eso lo único que se celebre.

En aquel 1981 todo era muy distinto: conseguimos treinta y cinco mil pesetas, Pablo compró lienzos y pintura y nuestras madres cosieron nuestro traje. Pedimos una sala prestada y subimos al escenario ante la mirada atónita de todos ellos: padres, madres hermanos, primos, tíos… Se tomaron la tarde libre, cerraron las tiendas, pusieron una excusa para no ir a trabajar y vinieron. Vinieron todos. Y lo hicieron también los vecinos, los familiares de los vecinos y los de los puestos del mercado. Hicimos nuestra función y supimos que había un motivo para reír y para guardar un espacio donde tener alguna ilusión, a pesar de cada sacrificio, de cada adversidad.

Cayó el telón, nos aplaudieron, se levantaron, nos vitorearon como si fuera la mejor obra que jamás se hubiera representado. Y nosotros, más de treinta adolescentes de un barrio de las afueras, hijos de emigrantes de todas partes, sentimos que este mundo mezquino y hostil era nuestro por una noche.

Creímos que era teatro, y no era más que nuestras vidas.

Diario Información, 1 de diciembre de 2006


2 comentarios:

careiro dijo...

"En algunas casas, la tragedia se había sentado al menos una vez a la mesa y se había marchado enfurecida porque apenas había algo para ella".
Impresionante en el fondo y en la forma, sin comentarios......

Anónimo dijo...

mientras leía tu post, tus palabras atravesaban mi mente dejando pequeños surcos de recuerdos carcomidos por el tiempo, recuerdos de plazoleta, de miles de horas de nada y de todo.Me he emocionado y estremecido y he sentido que este mundo mezquino y hostil puede ser nuestro, al menos, por una noche.
tienes razón.... aun nos quedan motivos.