01 enero 2004

Despegue

Ni siquiera el primer beso se puede comparar con esa sensación. Diez segundos antes del despegue, imaginaba a mi madre preguntando en comisarías, en los hospitales. Imaginaba a mi padre escribiendo cartas al periódico, esperando que alguien le pudiera dar una mínima pista de su hijo desaparecido. Imaginaba a mis hermanos sentados a la mesa, disimulando su risa de felicidad viendo mi silla vacía, sospechando la verdad. Imaginaba a mi abuela arrodillada en la iglesia, mirando el cielo, justo donde yo me encontraba cincuenta minutos de cada viernes.

Nada se puede comparar con esa sensación: sincronizar con la base el proceso de ignición, oír el golpe de mi corazón en los oídos, esperar y esperar viendo el reflejo de mi cara en el vidrio de la escafandra. Esperar y esperar la cuenta atrás para por fin despegar de la tierra, atravesar la atmósfera, sumergirme en el espacio. Y así, flotar en el cosmos durante casi una hora, envuelto en la ropa colgada de mis padres, dirigiendo la nave con una percha, mientras mi famila me busca incesantemente. Finalmente regresar a la tierra, aterrizar sobre el dormitorio de mis padres y salir de la cápsula caoba, donde hoy mi madre guarda su viejo abrigo de visón.