24 febrero 2006

Cuestión de fe (2)

Mi hijo ha salido preocupado del colegio. Les han contado que la avalancha de Filipinas ha sepultado un colegio con más de doscientos escolares y cuarenta profesores. Mi hijo prefiere pensar que ahora juegan en el patio cubiertos por un firmamento de chocolate, como hacemos nosotros con una linterna, debajo del edredón.

Marcinkus también ha muerto. Causó un agujero de 1400 millones de dólares que sacó del Vaticano para luchar contra el comunismo y vete a saber tú contra qué más. La Justicia italiana se pasó años reclamando al Papá la entrega de Marzinkus para juzgarlo, pero Juan Pablo II se lo negó más que Judas a Jesús. Quizá el Juan Pablo II explicó la corrupción del cardenal financiero como se explica la santísima trinidad. El caso es que Marcinkus terminó retirado en EE UU jugando plácidamente al golf hasta anteayer, que se murió. Me pregunto si habrá hecho acto de contricción. El Papa sí lo hizo, o simplemente cambió su pecado por el de Ali Agca.

Cuestión de fe

Cuando se despierta, viene a ocupar ese extremo del colchón. Se lo ha ganado dedo a dedo y sábado a sábado en estos siete años. Los cincuenta minutos más alegres del sueño. Después, gira su cabeza y me dice: me quiero despertar; como si ese momento formara parte todavía del sueño. El último sábado recorrió el mismo camino, pero se quedó callado y con la mirada puesta en un rincón de la habitación, dibujando algo con el dedo en el filo de la mesilla. Luego, se giró y me preguntó: Papá, ¿tú por qué no crees en Dios?

-Verás, hijo, digamos que Dios y yo no nos entendemos porque somos incapaces de compartir una dialéctica. Ayer mismo tuvimos una acalorada discusión por Marzinkus.

- ¿Quién es Marzinkus?

15 febrero 2006

Integrismo y provocaciones. Secretos de confesión.

Termino de leer el fragmento que aparece en El País de la reflexión de Gonzalo Gironés, ex sacerdote, ex catedrático. Cada vez que leo una de estas santas opiniones, me acuerdo de los recortables de mi hermana: si quitamos el nombre del sacerdote jubilado y le ponemos el de un imán de una comunidad musulmana o el de un rabino ortodoxo, importa lo mismo.
"Las mujeres provocan con su lengua", parecen versos del corán, o del antiguo testamento. Imagino que la frase es el efecto de un sueño de Gironés, donde Eva provoca a Adán y la mujer se transmuta en serpiente, y el bocado de la manzana es el bocado letal del reptil en la garganta del hombre.
Me pregunto de dónde sacará Gironés esas conclusiones. No está casado. ¿Quizá de su experiencia familiar? ¿De lo que cuentan sus parroquianos? ¿Se debe quizá a su labor de ímprobo lector de textos religiosos? ¿Quizá a Gironés, como a Don Quijote, se le ha nublado el entendimiento de leer esos textos? ¿Es que su vejez mental le ha retrotraído a los antiguos discursos de los mentores del seminario? ¿Se debe quizá a secretos de confesión?
Me imagino a Gironés despertando por las noches por el mismo sueño, viendo a Eva desnuda aproximándose sinuosa y provocadora a Adán, ofreciéndole la manzana. Me imagino a Gironés dirigiéndose a su parroquia cada mañana, cruzándose con voluptuosas hembras que atraviesan la calle y le saludan. Me imagino a Gironés escuchando a hombres en su confesionario cada domingo, hombres confesando su violencia contra sus esposas. Imagino a Gironés consolando, absolviendo, atenuando a esos hombres, previniéndolos de la perversión del género femenino, de su asociación con el diablo para nublar sus mentes. Imagino a Gironés y su mano sobre el cogote hirsuto de cada hombre, comprendiendo que ellos no tengan más remedio que explotar como hombres, descargar su ira, su agresividad sobre la serpiente, pisoteándola, dejándola en el suelo de la cocina inerte y deslenguada.

02 febrero 2006

Llamadas


Si la llamada era de mi padre, teníamos sólo una certeza: había tocado tierra. En ese momento, mi madre lo dejaba todo y se sentaba ante la mesa de la cocina, pegada a la pared, bajo el cable del supletorio. Apenas hablaban de nada importante, era un boletín muy soso leído en bata de guata. A mí me gustaba mirarla y encender cerillas, y me gustaba sobre todo cuando metía la mano en el bolsillo, sacaba una pareja de pendientes, se los colocaba; volvía a meter la mano, sacaba un pintalabios rojo, se pintaba en dos únicas pinceladas. De pronto, el diálogo se elevaba, parecía que por fin mi madre se había colado por el cable y estaba abrazada a mi padre en una cabina de la Barceloneta o de Santa Cruz. Así, hasta que mi padre se quedaba sin monedas. Él siempre prefería que se cortara la comunicación a tener que despedirse. Mi madre colgaba entonces, guardaba los pendientes, guardaba el pintalabios en el bolsillo de la bata. Y mientras mi padre se encerraba en el camarote y mi madre en el cuarto de baño, yo miraba mi cuaderno y pensaba: qué absurdo, a papá nunca le ha gustado que mamá se pinte.