16 diciembre 2007

Asas

Con los años, hay objetos que te acompañan aunque tú no quieras, mientras otros desaparecen por su cuenta. En estos años he ido deshaciéndome de muchos objetos, o se han esfumado sin dejar una nota. He vivido en siete lugares distintos, incluso durante un tiempo en un hotel. Tengo una bolsa desde entonces, y la bolsa me acompaña. La compré en una ciudad cuyas calles no tienen nombre. Estaba de saldo porque tenía un pequeño desperfecto. Por lo demás, estaba nueva. Me costó 24 dólares. Y diez años después la bolsa sigue igual, salvo por ese desperfecto. Es como la cicatriz de mi caída en bicicleta a los diez años: no molesta.

Hoy, por un momento, me he quedado pensando en eso mientras la tomaba de nuevo para utilizarla. He revisado la bolsa y me ha parecido muy raro que esté igual. A ella, sin embargo, le habrá parecido muy raro que en ese tiempo mi vida haya cambiado tanto. Cuando he abierto su larga cremallera de lado a lado y he introducido mi equipaje, un reloj, un portátil, un libro..., me ha parecido que mi bolsa era feliz. Quizá porque la he vuelto a llenar de ropa y objetos ha pensado que después de diez años de llevarla por todas partes, bajo todas partes y dentro de todas partes, sigo con ella. Seguramente ha pensado más de una vez que algún día me desharía de ella, o la perdería, la olvidaría, la rellenaría de cosas inservibles y la almacenaría en cualquier trastero. Pero sus peores temores no habrán sido esos, sino ser robada, tironeada, descosida, regalada o reutilizada por alguien con menos escrúpulos que yo.

A ella siempre le han gustado las cosas sencillas, que la agarrara de las asas, que pasara mi brazo por dentro de ellas y la colgara en mi costado mientras camino hacia algún lugar que nunca fue para siempre.

Y hoy he vuelto a tomarla de las asas dejándome llevar por una extraña satisfacción. He salido a la calle con ella. Ambos sabemos que dentro está muy seguramente todo lo que necesito.