13 marzo 2004

Atocha, horas antes



EL HOMBRE del traje marrón asegura que le debe la vida al paquete de Nobel. Cuando llegó al andén, se echó la mano a los bolsillos: se había dejado el paquete sobre la mesa. Así que decidió volver a subir las escaleras para cruzarse, sin saberlo, con una docena de personas que nadie verá nunca más. Hoy me he cruzado yo con el hombre del traje marrón. Estaba sentado, con la mirada amenazando la entrada, pensando que parece que han pasado años desde el 11 de marzo. Y la ceniza cae sobre el escudo de su empresa de seguridad.

12 marzo 2004

Siete, ocho minutos

Siempre es el mismo trayecto después de casi dos años: salgo del tren, cambio de andén, espero ese cercanías que me lleva a Recoletos. Son esos siete, diez minutos que comparto mi vida cada con gente como la que dejó de existir el día 11. En esos siete, ocho minutos, he visto a rumanos tocar virtuosamente Bésame mucho con un acordeón destartalado, a peruanos abrazarse, a marroquiés reírse a boca tendida de un compañero dormido sobre el asiento, a ecuatorianas explicarse unas a otras la última lección de inmersión española. Hemos ayudado a subir las últimas escaleras hasta la salida porque no se puede con la carga de un trabajo y la silla de un bebé; nos hemos atrincherado en las escaleras mecánicas, hemos cruzado miradas con actrices, bailarines, músicos, ingenieros, albañiles, parados, estudiantes... Ayer, la concejala de Asuntos Sociales de Madrid, la misma que presentó su programa de beneficencia en el Hotel Ritz, decía que lo que más le duele por encima de todo son las víctimas. ¿Hay otra cosa que pueda doler? Hoy me abrazo de nuevo al mismo tubo y doy gracias al destino por cruzar de nuevo esas vías en busca del tren que me lleva en la primavera de Madrid, de Recoletos a Castellana camino de mi trabajo. Hoy doy gracias al destino por haberme dado sitio en ese tren cada semana. Doy gracias porque no olvidaré. Supe de la muerte de algunos niños, pensé en mi hijo: cuando él volvía de la escuela, le dijeron que habían puesto una bomba en Madrid. Mi hijo lloraba pensando que la bomba había hecho explotar todo Madrid y con él, a su padre. Nada mejor que las lágrimas de mi hijo para poder explicar lo que no pude ese día, para poder entender qué había pasado. Simplememente, mi hijo tenía razón: todo Madrid murió el 11 de marzo.

Hoy, en esta primavera que es invierno en Madrid, guardo mi billete de tren con destino a Alicante, fecha 11 de marzo, un billete que dice que yo debería haber subido a un tren en Atocha y que no lo hice porque doscientas personas dejaron de existir para que yo pudiera volver a abrazar a mi hijo Álvaro. Hoy puedo seguir esperando en ese andén el próximo tren a Recoletos, y puedo vivir sabiendo que nosotros no rezamos el Apoyarás a Bush Sobre Todas Las Cosas de la biblia capitalista, por más que los profetas de Las Azores nos lo hiceran escribir con la mano derecha. Yo no doy gracias a dios, ni rezo. Simplemente voy de nuevo en ese tren e intento levantar bien la cara y mirar bien a la ojos a la gente de esta ciudad para que sepan que vivo en Chamberí.