14 mayo 2007

Sofía

La señora de la frutería me habla de Jorge Reichmann. El pasado no existe, pero tampoco te puedes deshacer de él. Según Reichmann sólo vives si en medio de ese tránsito sabes construir un nido, dice la frutera, y hace un círculo con el dedo y me devuelve el cambio. Es cierto: si me deshiciera del pasado, él se lo llevaría todo, se llevaría también lo bueno, como las riadas se llevan vehículos y bacterias.

Eso me hace pensar que ella siempre ha estado en mi tránsito. Salvo en estos diez años de terror y naufragio, como diría Reichmann. Recuerdo algunos momentos, y de pronto aparece ella, casi desconocida, menuda. Aparece su voz de mástil rasgando la cuerda del cello, de la nota baja constante del preludio. Allí está ella, en la butaca de al lado, aplaudiendo conmigo. Allí está ella, sentados los dos frente al mar, cayendo la tarde y contándonos, corriendo tras una llamada: ha nacido Àlvar. Allí en esos momentos, cuando quieres partir un trozo de ti y entregárselo a alguien, de pronto aparece ella y siento el calor de su mano y no entiendo por qué ella. Pero yo entiendo tan poco.

Ella no lo sabe, pero también estaba mientras caminaba por Sebástopol, cargado con la cámara, comprando el Livre de Manuel en Montparnasse, en el pequeño cementerio por el que corre el río. Por el gran río del Paraná, sentado en otra butaca, en los salones de tango de Buenos Aires. Escribiendo en un café de Sevilla, callejeando entre los teatros de A Baixa en Lisboa, en las barcas amarradas de Aveiro, frente al Atlántico. Nunca se lo dije.

Otra vez ha vuelto ella. Después de tanto tiempo. Después de este pasado, de un golpe a otro, como diría Reichmann o Bonavena, ha vuelto. Quisiera que se quedara para siempre y no me doy cuenta de que esto ya es siempre, o que estuviera sólo para compartir esa parte mía que no existe sin ella. Después de todo este tiempo, ahora que por fin no sé dónde puse el pasado, ahora que por fin tout ça m'est bien égal.

Sofía no sabe cuánto y de qué modo me ayudó a regresarme.

Nana para Bombón de Ron

Bombón de Ron
me habla de Rufino
los dos sentados a dos patas
bebiendo vino blanco
Rufino no acepta obsequios
pero sí un un vino blanco
y fumar habano mientras
la cabeza reposa en el estuco
mientras la noche cae
y empieza la cosa

Rufino se desvina contándole historias
de sus noches en la fábrica
de la malvasía dourada
del oporto blanco
Bombón de Ron
le habla de sus ocas
con sus collares de petunias
vestida de azul cruzando la vereda
Bombón de Ron me pide
que la lleve a mi cocina
y le cocine verso a verso
una lasaña de altea
con una salsa de estrellas

Bombón de Ron
se duerme
y una lágrima se desronea en su mejilla
soñando cascadas
caballos en Pinar del Río
y yo la arropo mientras dormida
lía las hebras de su cabello