13 diciembre 2005

Salta el muro de Melilla, pero hazlo con estilo

Cuando escuché el precio del par de zapatillas me escandalicé. Pensé que si uno se compra un par de zapatillas como ésas, tiene la obligación de batir un record mundial de salto de altura o de velocidad, como poco. Es como si un científico adquiere un microscopio por 1 millón de euros: debe exigirse a sí mismo conseguir en un breve plazo una vacuna contra una enfermedad incurable. O como si un banquero se regala un banco por 1500 millones: debe poner su esfuerzo en erradicar el hambre en una basta región africana, siendo humilde. Y es ahí cuando la noticia me aclara que la idea se le ocurrió a una artista argentina afincada en Tijuana (la Melilla mexicana, para entendernos), Judy Werthein. Fabricó unas zapatillas no high-tech, no fashion, sino unas deportivas para ayudar a los espaldas mojadas a trasladarse en el trayecto entre su país y los USA. Las llamó las Brinco Shoes. La artista aclara que son artwork (no debe traducirse literalmente), es decir, no es un objeto comercial. Y vende a 215$ los 250 pares, la mitad de la producción, puesto que la otra mitad ya está repartida completamente gratis entre los que esperaban dar el salto al otro lado.

Por un momento me imaginé qué pasaría si un armador de embarcaciones de recreo fabricara 250 yates y los comercializara a 2 millones de euros a nuestro lado de la frontera, y pusiera otros tantos a disposición de los subsaharianos en la costa marroquí totalmente gratis. Si fuera así, nadie haría preguntas incómodas a sus viajeros accidentales. Los inmigrantes saldrían de la embarcación mientras la tripulación amarra el yate en el puerto deportivo y los turistas se colocan sus gafas de sol en la frente para admirar con claridad y envidia las embarcaciones, el lujo de su mobiliario, y el atractivo irresistible de su eslora imponente sobre el muelle.

18 octubre 2005

Sexo y marihuana en Toronto


El nombre del autor es tan difícil de pronunciar como cualquier palabra si tienes un par de hebras de tabaco en la boca. David Bezmozgis. Este canadiense de nacimiento lituano se llevó de calle a la crítica el invierno pasado cuando salió a la luz su Natasha And Other Stories, Natasha en la versión traducida de Destino.

El libro es la suma de historias independientes con ánimo de novela de adolescente. Tiene relatos buenos y lo protagoniza un alter ego de David Bezmogis, un niño que, como él, viaja a Toronto con su familia rusa para establecerse en la sociedad capitalista.

Ofrece esa sensación de que uno es pobre en Moscú como en Toronto. Que uno es pobre y punto. Natasha es el retrato de familia soviética sacando la vida adelante en el capitalismo canadiense, pero también lo es de la paquistaní en Manchester o de la española en Colonia. Ahora, de la ecuatoriana en Madrid. Arranca con un buen relato, se mantiene con buen pulso en los siguientes.

El libro tiene momentos estelares con el inicial Tapka, también con Natasha, donde un pasivo postadolescente recibe las primeras bofetadas sexuales de una quiceañera aspirante a prostituta de lujo o actriz porno (alguien podrá recordar por un momento Lolita, de Nabokov), y con el del levantador de pesas vencido (una metáfora del poder, de la corrupción y quizá del final del comunismo made in Russia). El libro no tiene final; mejor dicho: el final del libro se confunde con la vida real, porque uno no deja de pensar que aquello es un libro autobiográfico que comienza en la miseria y termina en el éxito. Berman, el protagonistas, se transmuta en Bezmozgis, el autor, en cuanto éste firma con su editor canadiense.

David Bezmozgis era un desconocido hace un año. La crítica norteamericana ha saludado el libro de Bezmozgis como sólo ellos saben saludar y apoyar a los aspirantes, le han otorgado el laurel de mejor rookie del año por su libro de relatos desde sus primeros combates en The New Yorker y Harper's. Empiezan a medirlo con los grandes, pero toda carrera de escritor es como la de un boxeador: dará golpes al aire y conectará otros directos al mentón del lector. Lo demás es una incógnita. Si no, que le pregunten a Ringo Bonavena.

17 octubre 2005

El fotógrafo del jazz

(C) William Claxton Teniendo en cuenta la colección de fotos sobre jazz con la que contaba en 1959, a William Claxton no le supuso mayor dificultad aceptar el trabajo que aquel tipo de Baden-Baden le estaba proponiendo desde el otro lado del cable telefónico.

Joachim-Ernst Berendt era el nombre del tipo. Y se le había metido en la cabeza hacía tiempo que su estudio sobre el Gran Arte Americano sólo podía estar completo con un buen puñado de fotos de Claxton.
Pero esta vez no se trataba de que encuadrara con su vieja Leika M3 -la que Richard Avedon le había regalado unos años atras- los arumacos de Chet Baker a su chica en Redondo Beach, ni la boca desencajada de Ray Charles al piano, ni a Miles Davis bajo el sol de Californa, calentando su garganta con un habano. Esta vez se trataba de llegar a la cuna del jazz.

La foto corresponde al álbum sobre Chet Baker que hizo Claxton a principios de los 50. Claxton encuadra a Baker en 1953, sentado en el suelo, rodeado por el bombo y por un bajo tumbado, enjaulado por los intrumentos, disparando el sonido de la trompeta bajo la panza del piano. (c) William Claxton.

Taschen acaba de anunciar la salida de un libro de más de 700 páginas sobre el trabajo de Claxton y Berendt: Jazz Life. El viaje
al corazón del jazz en un Chevrolet Impala, seguramente uno muy parecido al que los barbudos habían usado unos meses antes para pasear como señores por la Vieja Habana.

(C) William ClaxtonClaxton y Berendt viajaron con sus esposas hasta Nueva Orleans, a locales donde ahora hay clubes de streap-tease. Viajaron a la Penitenciaria Estatal de Luisiana, donde les habían prometido que encontrarían magníficos músicos negros entres sus rejas, y donde el guarda aceptó dejarles entrar siempre que ellos aceptaran los que pudiera pasarles allí dentro. Viajaron a San Louis, donde el viejo Dewey Jackson les dijo que había dejado de tocar su trompeta para siempre. Viajaron a Kansas City, donde fotografiaron la tumba de Charlie Parker, visitaron a la madre de éste, y le dieron su pésmae. Luego vino Chicago, el sur de California... Con este libro Taschen ha conseguido que ese viaje no acabe nunca, y que el ávido lector, voyeur de fotos, pueda acompañarles.


04 octubre 2005

Canción de cuna para artilleros


Aunque lo disimulen, mi familia hace tiempo que se formó una opinión de mí: creen que no ando bien de la cabeza. Eso se debe, sin duda, a mi afición por los actos extraños, como usar piedra pómez como esponja de baño o cloro de piscina como fijador. Y no habrían cambiado su opinión lo más mínimo si me hubieran visto ayer conduciendo camino Madrid, cantando el himno de artillería y llevando el compás como un director de orquesta de pueblo. Ni ellos, ni cualquier vecino de Hoya Gonzalo (Albacete).

Nosotros éramos como 10 hermanos porque a mi tío se le ocurrió la original idea de casarse con la hermana de la mujer de mi padre. Por tanto, mientras mi padre se dedicaba a surcar los mares atlánticos, era él quien criaba a hijos y sobrinos en una casa en el campo con una mujer, una cuñada, una abuela y un cuarto donde guardábamos los melones.

Mi tío era entonces capitán de artillería. No sé por qué ayer, en esa franja de La mancha donde sólo se oyen los clásicos de Radio Nacional, me arranqué a cantar el himno de artillería. Quizá a mi tío se le ocurrió que lo aprendiéramos para que no le diéramos el coñazo mientras conducía.

Recordé entonces que cuando lo cantábamos, los cuatro chicos nos quedábamos mirando a mi hermano menor porque él, a la altura de cierto verso, siempre cambiaba una nota, y la cambiaba por la nota más horrible jamás cantada. Al final, nos aficionamos a cantar el himno sólo con el fin de reírnos como borricos cuando llegara ese momento. Y recuerdo la cara de mi hermano, mirándonos incrédulo, pensando en qué poco gusto musical teníamos el resto.

Esta mañana he abierto el correo. Tenía un mensaje de mi hermano con un archivo adjunto. No me lo podía creer: me enviaba un mp3 del himno de los artilleros.

De niños, terminábamos con dos lagrimones de risa cuando le oíamos desafinar en ese verso que decía “Como la madre/ que al niño le canta/ la canción de cuna/ que le dormirá." Ayer yo también terminé con dos lagrimones que no se evaporaron hasta la entrada de Madrid por O'Donnell. No eran de risa.

29 septiembre 2005

Volver al último verano

En esos últimos días de julio, si al abuelo Manolo le hubieran dado la oportunidad de pedir un deseo, sin duda habría pedido que el 30 de julio se convirtiera indefinidamente en 30 de julio del año anterior.

Volver siempre al último verano. Imagino al abuelo Manolo sentado en el sillón, mirando tras la ventana la bruma que no le deja ver el puerto. Imagino al abuelo Manolo cruzando la habitación, mirando por la otra ventana, la que da al lado sur, pensando cómo es posible que hayan pasado tan rápidamente los últimos 70 veranos. Pero el abuelo Manolo era perfectamente consciente de que no se cumplen los deseos que quebrantan cualquier la ley de vida.

Aquella noche sonó el teléfono. Mi hijo me dijo que el abuelo se había ido al cielo. Volví a oír su voz: me preguntaba que por qué me había quedado tanto rato en silencio. Su madre le había consolado diciéndole que podría encontrar al abuelo en la estrella que más brillara.

Algunas noches mi hijo se angustia porque no consigue distinguir esa estrella. Yo estoy al otro lado del teléfono y le digo que no se preocupe, que yo sí la veo desde donde estoy. Siempre la veo. Y que le diré cualquier cosa de su parte cuando quiera.

Ahora, cuando pienso en el abuelo Manolo, por lo menos me consuela que él sabe la verdad.

28 septiembre 2005

Uno de cada cuatro españoles se ha ido de putas


Pero, al parecer, siempre es el mismo. La estadística la ofrece una encuesta del Instituto Nacional de Estadística. Además, ofrece un mapa con el porcentaje según comunidad autónoma. Las menos puteras son las más puteadas. Y viceversa.

La primera conclusión que se extrae de los resultados del cuestionario de la Encuesta de Hábitos Sexuales del INE (usted mismo puede contar sus hábitos sexuales pulsando aquí) y la noticia publicada por El País, es qué comunidad es la más putera: las Islas Baleares.
A los baleares les siguen los asturianos y los gallegos, por ese orden. Es curioso: son los que tienen más fama de reservados, será porque lo hacen en un reservado. Curiosamente, las comunidades menos puteras son las más puteadas: Extremadura, Andalucía, Canarias... Que son, sin embargo, las comunidades más extrovertidas. La menos putera, Cantabria. Claro, siempre hace malo. Mirando el mapa, se demuestra que las putas viven según se mira España, a mano derecha. Un contrasentido. Y a mano izquierda, o son muy castos, o es que se van todos de putas a Galicia.

La verdad es que si eliminamos a los homosexuales y sumamos a los mentirosos, nos sale la estadística: uno de cada cuatro hombres se ha ido alguna vez de putas. Pero estoy convencido de que siempre se va el mismo. Uno de cada cuatro siempre llega tarde al trabajo, uno de cada cuatro va pidiendo adelantos al jefe, uno de cada cuatro está los lunes en el médico y te cuenta en los minutos del tabaco historias tipo "un finlandés se fue a urgencias con un consolador a la altura del colon. Me lo ha dicho un amigo de mi primo." Es ése que te señala el codo cuando le hablas de spinning, la espalda cuando le hablas de paddel, y el hombro cuando le hablas de drafting. Parece que sólo entiende de prostituting. Ese amigo, en realidad no es que le disguste el deporte o necesite un traumatólogo, en realidad es mallorquín y se va de putas todos los días.

Por eso, cuando los hombres vamos de cuatro en cuatro, al final siempre nos quedamos los mismos. Por eso, las cuadrillas de toreros son de cuatro, aunque maestro sólo hay uno. Y por eso en la Copa Davis siempre hay uno que la jode.

Me he puesto a pensar cuál de mis tres amigos sería el que se iba de putas y acabo de darme cuenta de que todos nos dejábamos la piel en el campo, no faltábamos a un día de clase en la universidad, nos quedábamos en cada fiesta hablando de fútbol, y ahora nos levantamos cada día a las siete para subir la persiana. Será que siempre tiene que haber una excepción en las estadísticas. O será que somos de Limpias, que está en Cantabria, y en el interior.

26 septiembre 2005

Quince asaltos por una botella de leche

Jim BraddockJim Braddock era hijo de uno de esos irlandeses que habían huído de morir en la isla para tener más suerte y morir en Nueva York. Pero morirse en Manhattan no es lo peor que le puede pasar a un irlandés. Lo peor es ser boxeador y luego morirse.

Jim Braddock salió del determinismo de pobreza cuando a finales de los 20 mandó a la lona a todo el que se le pusiera delante. A pesar de la calidad de su derecha y su naturaleza de luchador, los entendidos parecieron oler a desgracia y consideraron que sólo era una promesa y, por mucho que hiciera, acabaría siendo un paquete. Las inversiones de Braddock en la bolsa y los críticos cenizos (los mismos que le dieron el apodo de cenicienta) hicieron lo que nadie había hecho: sacarlo del ring. Braddock se pasó 5 años de estibador del puerto y volvió cuando el boxeo le había bajado al infierno de los malogrados, bajó solo con el fin mirar una sola vez desde el balcónde la gloria, infundido por la valentía que les nace a los que se saben derrotados.

Es otra historia más de sueño americano con final feliz. Un Russell Crowe invadido de talento se pone el pellejo de Braddock. La rudeza del personaje es más cercana a Crowe que la locura del matemático o del navegante británico. Russell Crowe sabe calzar ese calzón muy bien y lo demuestra desde los primeros golpes.

Pero aunque no lo parezca, finalmente no es él quien levanta los brazos después del último asalto. Quien vence es Paul Giamatti (coach de Braddock), quien sabe aprovechar la poca cintura de todo gigante para conectar los golpes donde más duelen. Giamatti está espléndido para hablarnos de un personaje que se desenvuelve mejor en el capitalismo de la bancarrota: ambicioso, corajudo y aprovechado. Quien vence a los puntos es Paul Giamatti, y los que pierden son aquellos que se levantaron contra el poder en una América donde el surgimiento socialista tras el crack en su propio país era menos tolerable que los crímenes de judíos en Europa. USA siempre han tenido la necesidad de un enemigo; Jim Braddock no lo necesitaba, su enemigo era el hambre y sabía por qué peleaba: por una botella de leche.

Cinderella man (Universal Pictures, USA, 2005) Dirección: Ron Howard. Reparto: Russell Crowe, Renee Zellweger, Paul Giamatti.

20 septiembre 2005

A Joaquín Sabina le robaron el mes de abril

El Chico del Molotov que no quería ser cantante, sino poeta, se alivia del luto con un panamá de ala ancha, aunque parece por la mano en la cara que el pulpo de la tristeza todavía le ahoga. Durante un año y medio Sabina frecuentó la posada del fracaso, mirando el mismo vaso vacío de la depresión. Echaba la vista a la calle de vez en cuando, pero las cosas no estaban mucho mejor: sólo veía pasar el huracán del tiempo que se llevaba a señores despistados. Hasta que un día, mientras el camarero derramaba otra dosis de tristeza, puso la mano encima del vaso, como midiéndose el pulso, y dijo basta. Si hubiéramos coincidido en la barra, le habría dicho lo de mi mamá: la depresión se le fue caminando.

Así que el Chico del Molotov, más de veinte años mayor, buscó en su memoria si aún tenía el teléfono de su gran amor, la hoja en blanco. Y decidió que escribiría entre sus pechos unos versos, que le cantaría después mientras ella le mirara perniciosa sobre el atril y llamaría a esas citas Alivio de luto. Imaginamos que dentro de poco se podrá descargar por lo legal en iTunes, como otros 6 discos suyos. Mientras tanto, se puede echar un vistazo a la página de Sabina.

La imagen es un recorte de la foto de Ricardo Gutiérrez publicada en El País junto a una entrevista con Jesús Ruiz Mantilla.

16 septiembre 2005

USA no se come lo que sí envía para África



El gobierno de George Bush, que tan bien conoce el concepto de "comunidad", se negó a ser ayudado en el aspecto humanitario por el resto del mundo, pero sí aceptó a ser ayudado en el aspecto económico, accediendo a que la reserva mundial petrolífera le inyectara los barriles de petróleo que no pueden extraer de sus plataformas del Golfo de México. Esa reserva envía a cargo de los españoles 70.000 barriles de petróleo. Cada día. Lo importante es que la economía no se resienta. No importa que la población deprimida de Nueva Orleans viva de nuevo episodios de supervivencia semejantes a los que vivieron sus antepasados africanos.

Circula un chiste sobre Bush: preguntado por la contradicción de que los EE. UU. necesiten ayuda humanitaria cuando los EE. UU. envían alimentos a otros países, Bush responde: "No querrán que nos comamos la comida que enviamos a África".

25 julio 2005

El viento, de Mignona

Cartel de El Viento El Viento , España,Argentina (2005). Guión de Eduardo Mignona y Graciela Maglie. Dirección de Eduardo Mignona. Intérpretes: Federico Luppi,Antonella Costa.

Dice Tomaz Pandur que el único infierno existente es saber que uno terminará muriendo.

Frank, un viejo de la Patagonia, viaja a Buenos Aires para decirle a su nieta que la madre de ella ha muerto. Pero en el fondo, es mentira. Porque la vida de este campesino disfrazado de Federico Luppi está encarrilada en una mentira. Siempre que mentir también consista en no medir el efecto de un secreto.
Anoche, salí del cine y entré en un Madrid desierto, de bares con las sillas de punta. Di un paseo como quien espera la salida del periódico. Pensé cómo hace Luppi para vestirse tan parsimoniosamente de un personaje y no olvidar ni el reloj ni las llaves de aquél sobre la mesilla.
Una vez estuve en Argentina y vi cómo los ríos y los actores son profundos, caudalosos, pero rápidos. Si uno se sienta, puede ver pasar islas flotantes en el Paraná. Como ve pasar las vidas de los demás. También a veces bajan animales nunca vistos. A veces, uno va al cine y se encuentra con ellos.
Lo demás es desnudar la película. Y eso ya es cosa vuestra.

31 mayo 2005

Mauthausen

Mi tío abuelo murió en un campo de concentración. Había decidido que luchar para Franco no entraba en sus planes, así que decidió traspasar la frontera con Francia y llegó a uno de los campos de refugiados que los franceses habían dispuesto en las playas del sur de ante la ocupación franquista de Cataluña. Existe una foto. La vi cuando tenía más o menos la edad que él representa en esa foto. Mi tío abuelo está apoyado en una alambrada, sosteniendo entre los dedos un cigarrillo encendido, con una sonrisa de estudio. Cuando Hitler invadió Francia, le preguntó a Franco qué hacía con aquellos españoles. Al parecer, Franco no consideró siquiera firmar sus penas de muerte, de modo que Hitler los invitó a mudarse a los campos de concentración de Austria o Polonia.

Mi tío abuelo recorrió un camino que comienza en Larache (Marruecos), pasa por Alicante, Barcelona, Francia, y termina en Gusen, Austria. Fue uno de los primeros en llegar a un pequeño campo de concentración que tenía como fin construir Mauthausen. Cada día caminaba varios kilómetros hasta una cantera donde trabajaba de sol a sol. Allí, veía morir a sus compañeros despeñados por el barranco por los soldados nazis. Y después, la nada. Lo último que se sabía de él es que había pasado por el cuartel donde mi abuelo estaba detenido y le había saludado con la mano, dándole a entender que se fugaba al Marruecos francés. Eso fue en 1936.

Años después, el cartero dejó un sobre en casa de su hermana, mi abuela paterna. Un pequeño documento en su interior informaba que mi tío abuelo, Antonio Llovet Ocaña, estaba enterrado en una fosa común en un campo de concentración nazi, Mauthausen.

Desde la huída a Francia, su familia había tenido la esperanza de que habría conseguido sobrevivir, y de que se habría unido al frente para liberar París. Soñaban con que fuera uno de esos héroes que aparecían en los diarios parisinos levantando la bandera tricolor, bebiendo champán o besando a jóvenes francesas. Soñaban con que, firmada la paz, regresaría a La Línea para hablarles del barrio de Saint Michel o de la vista de París desde la iglesia de Saint Sulpice.

65 años después he encontrado una página que dice dónde y cuándo murió mi tío abuelo. Es lo único que nosotros, gente que nunca pudo conocer, familia que nunca adivinó que tendría, sabemos de él.

05 abril 2005

La sonrisa de Dolores

Dolores descubrió un día que en su marido habitaba un fantasma. Era un fantasma muy antiguo, una adolescente delgada y esbelta que paseaba levitando entre pupila y pupila de su marido, como si no lo supiera. No siempre se aparecía: las raras veces que Dolores veía ese espectro era cuando su marido perdía la mirada con las manos al volante, de vuelta a casa de una de sus excursiones de fin de semana, o frente a cualquier paisaje formidable. En cuanto Dolores le golpeaba en el hombro suavemente o la luz verde del semáforo se encendía, la chica desaparecía rauda por el rabillo del ojo.

Nunca supo quién era ese fantasma ni por qué habitaba caprichosamente en su marido, pero en pocos años aquello se volvió incómodo y Dolores decidió que tenía que poner fin. Intentó convencer a su marido de que había que hacer desaparecer ese fantasma, pero no obtuvo ningún éxito. Perdida ya toda esperanza, Dolores decidió abandonar a su marido.

Muchos años después, de regreso a la ciudad, Dolores esperaba para cruzar la avenida cuando distinguió en frente a su antiguo marido. Se le veía feliz e iba del brazo de una mujer. Dolores no pudo reprimir observarla más a ella que a él. Era una señora de aspecto mayor, poco cuidada y demasiado gorda -pensó- para el gusto de su marido. Durante unos instantes, Dolores se dejó llevar por la satisfacción de sentirse más joven y más guapa que aquella señora estirando su cuello y pasándose la lengua por el labio superior justo antes de iniciar la marcha. Y cuando Dolores estuvo a punto de cruzarse inevitablemente con ambos y vio de cerca la cara rolliza y el cuerpo fofo de la mujer embutido en un vestido feo, no pudo reprimir su sonrisa.

Dolores giró la vista cuando la pareja se alejó. Observó por última vez al que había sido su único marido, y la observó después a la mujer cómo caminaba, casi levitando sobre el pavimento. Y pensó que los fantasmas envejecen muy mal.

15 febrero 2005

El misterioso suceso del edificio Windsor

Anoche observé que mi calle estaba cortada de un lado a otro. Cuando iba a cruzarla, al borde de la acera, una mujer de pelo lacio y teñido, enfundada en un manteau beige et gants roses, se dirigía a una cámara de televisión. A varios metros, un par de mujeres igual de elegantes se situaban en idéntica pose. Por un momento pensé que habían sustituido los semáforos por reporteras.

Al otro lado de la acera, un señor de aspecto excéntrico y la mano oculta en el bolsillo, miraba un punto oscuro en el cielo con sonrisa de satisfacción.

Hoy caían diminutos copos de nieve en la calle. Al levantar la cabeza, he visto el esqueleto negro del edificio Windsor. De pronto, en el mismo lugar, el mismo señor de anoche. Le he dirigido un corto saludo, pero ha permanecido mirando con la misma sonrisa otro punto en el cielo. Esta vez, un punto ocupado por el vetusto y horroroso edificio de la Compañía Telefónica.

En ese momento he caído en la cuenta de que algo extraño estaba a punto de suceder. Algo por lo que, seguramente, esta noche mi calle se volverá a llenar de reporteras. Antes de poder dirigirle una mirada más, el hombre se ha desabrochado el abrigo y ha sacado un enorme cañón de fáseres comprimidos y ha apuntado al edificio de la Compañía Telefónica, sin duda con el fin de disparar contra él y dejarlo en la más absoluta ruina.

En ese momento, mientras yo observaba atento cómo el hombre inclinaba su cabeza tras la mira guiñando el ojo derecho, le he dicho:

-Espero que esta vez no falle, monsieur.

09 febrero 2005

He visto pasar a mi padre

Hoy ha sido un día de lluvia. Los días de lluvia son días donde paso la uña por una masa pegajosa que adhiere los vidrios a las ventanas. Las ventanas son azul plomo, como el mar donde vive papá.

Yo esperaba a mi padre. Entonces yo había perdido la voz. Un médico gordo y con gafas me dejó sin voz con cuatro años: la arrojé a un cubo que sostenía una enfermera, acompañada de un charco de sangre. Luego, esperé a mi padre en el hospital. Lo esperaba todas las noches, mirando por la ventana que daba al mar. Y ya amaneciendo, miraba a mi madre, durmiendo en el sillón, con la cabeza reposada sobre el hombro, como un pato desnucado. Yo quería preguntarle por qué papá no había llegado, pero yo no tenía voz.

Cuando mi padre pudo llegar, se sentó a mi lado y me hizo un gesto con su mano a la altura de la garganta, como preguntándome: ¿te duele? Yo contesté que no, ladeando la cabeza.

Esta mañana de lluvia, mientras conducía, he visto a mi padre en su coche azul marino. He apretado el acelerador y he puesto mi coche a su altura. Por unos segundos hemos ocupado la autovía nosotros dos. Cuando he tocado el claxon, quizá ha pensado que era un extraño avisándole de algún peligro. Por fin, me ha reconocido y ha sonreído. He levantado la mano, saludándolo desde el silencio de mi coche. Él ha levantado la suya, devolviéndome el saludo desde el silencio del suyo.

Después, he tenido que alejarme, dejándole atrás, cada vez más pequeño en mi retrovisor, pero sin dejar de mirar su coche azul marino por el espejo, y viendo cómo seguía con la mano levantada, haciendo el mismo gesto que cuando entró en la habitación del hospital y me preguntó si me había dolido la operación de amígdalas.

He pensado que sí que dolió, que nunca dejó de doler.

17 enero 2005

El viaje de los 15.000 li

Un día cualquiera de este próximo febrero, cuando llegue el viento del Este, Sofía alzará la vista y verá dos caras observándola. Aprenderá en un instante -el mismo en que florece el epífilo de pétalos anchos- que el calor de esas manos al tomar la suya será para siempre. Un proverbio chino dice que siembres tu propio árbol para cuando no puedas subir a tu hijo sobre tus hombros. El árbol de Mario y Cris crece como la flor del loto surge limpia sobre el lodo. Crece y crece, Sofía; y ríe, alondra, ríe fuerte para que te oigan las montañas de Zhongnan.