
El
Chico del Molotov que no quería ser cantante, sino poeta, se alivia del luto con un panamá de ala ancha, aunque parece por la mano en la cara que el pulpo de la tristeza todavía le ahoga. Durante un año y medio Sabina frecuentó la posada del fracaso, mirando el mismo vaso vacío de la depresión. Echaba la vista a la calle de vez en cuando, pero las cosas no estaban mucho mejor: sólo veía pasar el huracán del tiempo que se llevaba a señores despistados. Hasta que un día, mientras el camarero derramaba otra dosis de tristeza, puso la mano encima del vaso, como midiéndose el pulso, y dijo basta. Si hubiéramos coincidido en la barra, le habría dicho lo de mi mamá: la depresión se le fue caminando.
Así que el Chico del Molotov, más de veinte años mayor, buscó en su memoria si aún tenía el teléfono de su gran amor, la hoja en blanco. Y decidió que escribiría entre sus pechos unos versos, que le cantaría después mientras ella le mirara perniciosa sobre el atril y llamaría a esas citas
Alivio de luto. Imaginamos que dentro de poco se podrá descargar por lo legal en
iTunes, como otros 6 discos suyos. Mientras tanto, se puede echar un vistazo a la
página de Sabina.
La imagen es un recorte de la foto de Ricardo Gutiérrez publicada en
El País junto a una entrevista con Jesús Ruiz Mantilla.
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