17 septiembre 2012

Juguetes

Foto: El nostre Alacant d'antany

Entre la fábrica de la foto y mi colegio había un descampado, unas cuantas cuevas y un promontorio donde, según un pastor, se escondían los rojos. Los de la fábrica echaban los juguetes con taras cada cierto tiempo. Trenes mal moldeados, brazos y cabezas de muñecas, ruedas de coches de bomberos, cañones de carros de combate se amontobaban en la ladera del promontorio. Y allá íbamos nosotros en el recreo, recolectábamos las piezas de unos y otros y formábamos juguetes nuevos, cadáveres exquisitos. En la mañana más fría de todos aquellos años recogimos tantas vías de tren que planeamos hacer la red ferroviaria más ambiciosa del Estado. A punto de marcharnos, uno de nosotros se dio cuenta de que tras el promontorio salía humo. Decidimos investigar a pesar de que el recreo ya se acababa e íbamos cargados de vías de tren. Cuando llegamos arriba, vimos que el humo se debía al cadáver de un perro calcinado unos metros abajo. Nos acercamos hasta él impresionados: no teníamos más que seis o siete años, nunca habíamos visto un cadáver y mucho menos calcinado. Al olor de la muerte se sumaba el olor del plástico quemado. Estuvimos mirándolo un rato cuando me di cuenta de que pegado a mi pie había un cachorro. Lo tomé, todavía estaba caliente. Quizá porque parecían juguetes no nos habíamos dado cuenta de que había más a nuestro alrededor. Eso era la muerte, pensé: está alrededor y no la ves. Soltamos las vías y recogimos todos los cachorros, seis o siete. Todavía recuerdo el contacto caliente del cachorro en mi mano pequeña, pero no puedo recordar quiénes eran mis compañeros.

A pesar del agua y del jamón de york, no pudimos resucitar a ninguno. No supimos qué hacer y el recreo se había acabado hacía mucho rato, así que alguien propuso dejarlos al lado de quien seguramente había sido su madre. Los cachorros brillaban sobre los tizne de una hoguera que se iba apagando con las gotas de lluvia. Regresamos al colegio con el estómago cerrado y entramos en clase de religión empapados. Por supuesto, conseguí que me castigaran.

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