08 abril 2013

Pilar Bardem habla en su camerino

Pilar Bardem estaba sentada frente a mí, de espaldas, maquillándose frente al espejo. Le hablaba a un tipo elegantemente vestido, no a mí, un tipo de unos treinta y tantos, sentado al fondo del camerino con las piernas cruzadas, pendiente de que su traje gris oscuro hecho a medida no se arrugara, con la cara abotargada por la presión de la corbata a rayas, la manos entrelazadas presionando la rodilla que se apoyaba sobre su otra pierna, el nudo del cordón cayendo a ambos lados del empeine en tenguerengue. Pilar Bardem se preguntaba cómo era posible que el teatro hubiera llegado a un acuerdo con un banco para promocionar su función. Ah, se trataba de que los universitarios fueran más al teatro y abrieran de paso cuentas corrientes. Pilar Bardem hablaba y hablaba sin parar de la desigualdad de las mujeres, de la clase dominante y de la clase dominada, de que, a pesar de la bonanza económica, del "milagro de Rato", las chabolas no paraban de crecer como hongos en el cinturón de soga de Madrid. Y de vez en cuando se detenía un rato y miraba a aquel tipo, siempre respetuosamente callado, un tanto sorprendida de que no le contradijera en nada, de que aquel engominado incluso le diera la razón. Pilar Bardem no dialogaba, era un monólogo dirigido a aquel tipo estirado. Quería recordarle que detrás de su despacho existen millones de personas que nunca han tenido la ocasión de hacer que este mundo sea más justo y que pensara por un momento cuánto él les debía. Quizá porque aquel tipo la escuchaba relajado, atentísimo, Pilar Bardem hablaba pausadamente de todo aquello, poniendo matices donde era debido, sin apresurarse, utilizando esos silencios para lanzar un ajá demoledor. Ninguno percibió que ella se había pasado hora y media hablando y maquillándose. Era seguramente la única hora y media en la que podía dar rienda suelta a sus principios en su propio camerino del Teatro Alcalá y con el enemigo delante. Pero el espectáculo debía comenzar, así que Pilar Bardem se levantó de su silla, se giró y estrechó la mano de aquel tipo del banco para despedirse, pidiéndole que hiciera algo, algo en serio sobre todo aquello. Y aquel tipo, para sorpresa de Pilar Bardem, le dijo que aquella conversación era lo mejor que había obtenido del teatro y de sus últimos años, seguramente. Que se había dado cuenta de que tenía que hacer algo, sí, y que lo haría nada más saliera por esa puerta. Pero lo que no dijo aquel tipo es que debajo de ese traje había un profesor de literatura, un tipo que había dejado de escribir teatro, de escribir relatos, alguien a quien también le jode no haber tenido la ocasión de hacer que esta sociedad sea más igualitaria. El hombre del traje gris dejó a los amigos del banco poco después y volvió a casa para hacer lo que había prometido. Y fue por eso que volví a escribir.

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